No hay nadie que tenga mayor poder de convicción que un constructor o un albañil.
No hay nadie que tenga mayor poder de convicción que un constructor o un albañil. Emilio Duró al lado de cualquier albañil de cierta edad, ...
No hay nadie que tenga mayor poder de convicción que un constructor o un albañil. Emilio Duró al lado de cualquier albañil de cierta edad, es un principiante o, como diría José María García, un cantamañanas.
Esta historia arranca en el año 2003. Yo había terminado la carrera hacía poco más de un año y ya me enfrentaba a mi primera obra, un edificio de 3 viviendas (para empezar, no estaba mal). Con el ímpetu y la ilusión asociadas a la juventud, convencí al promotor para que abandonara su idea de un bloquecito muy rústico. Él quería, literalmente, "un edificio de campo, pero en la ciudad".
Todo ocurrió durante una visita de obra. Al acceder al solar, me encontré a un señor tan entrado en carnes, que podría ser una escultura de Botero investigando el estilo hiperrealista. Sentado sobre dos casetones de hormigón, daba buena cuenta de un enorme bocadillo de algo que, perfectamente, se podría utilizar como argamasa. Como era junio, no llevaba camiseta (ni mucho menos casco), y eso permitía apreciar lo bien que funcionaban los bulbos capilares en su pecho, brazos y espalda. No lo había visto antes, así que me presenté:
- Hola, soy el arquitecto de la obra.
El me miró, y sin dejar de masticar un bolo alimenticio del tamaño de mi puño, me dijo:
- Eá ben aí la obra, on oco erro.
- ¿Cómo? - le respondí
El masticó un poco más, bebió un trago a morro de una garrafa de agua de 5 litros recubierta de espuma de poliuretano, y me repitió:
- Que están bien así las obras, con pocos hierros.
"Pocos hierros". "Pocos hierros". "Pocos hierros"... Esas dos palabras empezaron a resonar en mi cabeza como un eco amenazante y pertubador. Miré los pilares y observé cuatro raquíticos redondos de 16mm y unos estribos tan separados los unos de los otros, que parecía que se habían peleado entre sí.
¿En qué había fallado? Me puse realmente nervioso. Así que terminé la visita pronto ¿Para qué iba a revisar nada, si seguro que estaba todo mal?
"Pocos hierros". "Pocos hierros". "Pocos hierros".
Llegué a casa y, con el corazón acelerado, lo primero que hice fue sacar la copia de la declaración del DRO de Asemas. La puse sobre la mesa, para tenerla a mano por si había problemas, que según lo que había dicho el ferrallista ("pocos hierros"), seguro que los habría. Encendí el ordenador y abrí el programa ese que casi todos usamos para calcular estructuras. Comprobé que no habría errores de geometría en el modelo. Y con la norma NBE-AE-88, me puse a revisar los datos introducidos: cargas lineales, sobrecargas de uso...
¡Dios! Estaba todo correcto, pero... "Pocos hierros". "Pocos hierros". "Pocos hierros"
¿Y si el programa estaba mal?¿Y si tenía algún error en la versión instalada y no se daban cuenta los programadores informaticos hasta que la obra estuviese terminada? Sería un problema reforzar la estructucura con el edificio terminado y la gente vivienda allí.
No había tiempo para pamplinas. Tenía que actuar rápido. Y así lo hice.
A la mañana siguiente, volví a aparecer en la obra y le entregué al orondo ferrallista unos nuevos planos con mas armadura, por supuesto, puesta "a huevo".
La moraleja de esta historia es que no nos irritemos cuando el promotor les hace caso a los constructores y no a nosotros. Si aquel hombre pudo hacerme dudar a mí, con 6 años de carrera y en mi primera obra (esa en la que lo hacemos todo con un detalle exquisito), ¿que no podrá hacer con promotor profano en la materia? Utilizan frases clave para convencer a cualquiera: yo nunca he hecho eso y no se me ha caído ninguna casa... Eso nunca lo he visto... Esto es más barato y es mejor que lo que viene en el proyecto...
Sin duda, son seres superiores.
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